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Volodomir Zelenski no es el mismo hombre que acaparó la atención mundial hace dos años. En realidad, es el mismo, pero, con una guerra que se ha prolongado tras la invasión del ejército ruso a Ucrania en febrero de 2022, el presidente Zelenski no puede ocultar la extenuación que produce tocar a tantas puertas en el ámbito internacional para que no decaiga el compromiso de Occidente con el pueblo ucraniano. El tiempo ahora está en su contra y el mandatario, que antes fue un popular actor y cómico, es muy consciente de ello.

Cuando Vladimir Putin dio la orden de atacar al país vecino –que para el gobernante ruso no es más que un territorio que ha de doblegar– sus planes de conquista inmediata dieron al traste: sus tropas, que estaban mal entrenadas y equipadas con armamento anticuado, se toparon con una resistencia en el país ocupado mucho más fiera y preparada de lo que el Kremlin había anticipado. En los primeros meses del conflicto tanto Estados Unidos como Europa repudiaron el ataque ruso y asistieron a Ucrania con armamento, apoyo de inteligencia y logística. Pero, como suele ocurrir con los enfrentamientos armados que se extienden más de lo previsto, la inercia se impone a la obligación contraída por ayudar al victimario. Ciertamente, hasta ahora Putin no ha conseguido derrotar a Ucrania a pesar de que ha intensificado los ataques, pero actualmente sus fuerzas ocupan el 20% del país y el ejército ucraniano resiente la creciente falta de artillería. además de las cuantiosas pérdidas en vidas humanas.

Mientras Putin presume de que es cuestión de tiempo antes de que los ucranianos se rindan, Zelenski hace un llamado a Washington con un mensaje grabado: “Kiev perderá la guerra contra Rusia si el Congreso de los Estados Unidos no aprueba la asistencia militar para combatir la invasión”. Se refiere al estancamiento desde hace meses de esta provisión de la que, en gran medida, depende la supervivencia del pueblo ucraniano. Los republicanos han vinculado la ayuda a Ucrania a otras exigencias, como fondos destinados a frenar la inmigración que llega por la frontera sur con México, y hasta ahora no han dado su brazo a torcer, a pesar de lo que está en juego para Ucrania. A la vez que este impasse del Congreso estadounidense afecta gravemente los planes de Zelenski, la OTAN da tímidos pasos, por no decir insuficientes, que contribuyan a que la guerra se resuelva a favor de Ucrania.

Un sector del partido republicano, que sigue las pautas aislacionistas del ex presidente Donald Trump, es reacio a seguir vertiendo ayuda a Ucrania. No obstante, según una encuesta reciente del Chicago Council on Global Affairs e Ipsos, un 58% de estadounidenses respalda que se ofrezca ayuda económica y militar a Kiev. Y Zelenski, quien todavía goza de gran popularidad en su país y cuya imagen es muy positiva en la comunidad internacional, no pierde ocasión para pedir encarecidamente que el mundo no se olvide de lo que significaría internacionalmente permitir que Moscú gane esta partida. Putin tiene en la mirilla otros territorios de la región que corren peligro de ser anexionados por la fuerza, y hasta el primer ministro polaco, Donald Tusk, ha advertido de que Europa ha entrado en una “era pre bélica”. En Francia el presidente Emmanuel Macron llegó a decir que había que estar listos para una eventual guerra, algo que de inmediato sus socios europeos minimizaron, más como un deseo de espantar ese fantasma que por la certeza de que Moscú no tiene intención de desestabilizar Europa.

Más sitiado que nunca y con bajas que desarbolan por días a las fuerzas ucranianas, Zelenski quiere rebajar la edad de reclutamiento militar a 25 años. Con ciudades destruidas y cercadas por el ejército invasor que avanza, es verdaderamente cuestión de vida o muerte para Ucrania que haya luz verde en Washington y llegue la tan necesitada ayuda. En su urgente llamamiento se palpa la soledad de Zelenski, que es la de toda Ucrania.

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